viernes, 18 de abril de 2008

Noche transpirada

Escuchar música en vivo por las noches es uno de mis máximos placeres. He pasado por conciertos frenéticos en estadios, algo más moderados en teatros, pero si me dieran a elegir, prefiero los micro-recitales, esos con tarimas modestas y pequeñas, luz tenue, mesas, sillas y un clima de intimidad. El Barrio Bellavista ofrece numerosos locales de este estilo y, bueno, hace algún tiempo me seducía la idea de visitar el bar restaurante “La casa en el aire” para presenciar los famosos “Martes de Sabina”, un tributo musical al genio de Úbeda.

La fachada de “La casa en el aire” luce motivos similares a los de la Brigada Ramona Parra; su estética de inmediato nos introduce en un recinto de claras convicciones izquierdistas. Las paredes en su interior están tapizadas con recuadros alusivos a emblemas revolucionarios, los baños se dividen en “compañeros” y “compañeras”, y, junto a las mesas del fondo, un letrero alude a su línea anti-imperialista. El bar es de propietarios colombianos y se declara “digno heredero” de la peña de los Parra en los 60 y el Café del Cerro en los 80. Rasgos que me hacen recordar lo que alguna vez nos mencionó el trovador Eduardo Peralta, respecto a que estos nuevos locales creados en democracia serían ahora la reconversión de las antiguas peñas santiaguinas.

Es cierto: me agrada mucho escuchar música en espacios pequeños porque creo que la interacción es más rica y se puede evaluar con mayor certeza la calidad interpretativa del conjunto que está enfrente. Lo que descoloca un poco es ver tanto afiche, tanta palabrería desperdigada y tanta consigna combativa en un local donde el puro hecho de tomar la carta de tragos y comestibles provoca urticaria: los precios, en términos concretos, tienen muy poco de revolucionarios.

También recuerdo un comentario -en otro contexto pero que quizá viene al caso- que nos hizo alguna vez un dirigente y gestor cultural de la Población La Victoria en los durísimos años de dictadura. Este poblador llamado Sigi Zambra estaba a cargo de la organización de actos solidarios culturales donde participaban cantores improvisados del mismo sector y él creía que en las peñas establecidas en el centro de la capital se “transpiraba revolución”. Dicho de otra manera, que no eran auténticas, que eran ficticias, que eran un montaje, que la resistencia real no se daba ahí sino en los suburbios, en los sectores más vulnerables, donde la misma gente que estaba en las barricadas decía presente en un acto artístico, donde la solidaridad era algo espontáneo.

Ahora bien, siento que efectivamente los que llegaron hasta “La casa en el aire” este martes -entre los que me incluyo- “transpiraron revolución”. No me complace ni me convence del todo el discurso de estos recintos, por más que la complicidad de su reducido espacio crea un ambiente apropiado para un espectáculo de calidad. Entiendo que sea un negocio, que sus dueños necesitan subsistir; también es reconfortante saber que brindan cobijo a expresiones musicales alternativas. Pero de ahí a cobrar lo que cobran por cada trago o por cada tabla, da como para sospechar sobre sus reales propósitos. Sí, puede parecer polémica mi postura, pero de eso se trata.

Respecto al conjunto que tributa a Sabina, hay que decir que es de altísimo nivel, muy diferente a lo que pude presenciar hace algunas semanas en el Café Brazil en otro homenaje. Estos cinco músicos de “La Banda de las Noches Perdidas” (aludiendo por supuesto a una de las tantas canciones estremecedoras de su repertorio) comprobaron este martes por qué llevan casi dos años tocando sin interrupciones en “La casa en el aire”. Lejos de reproducir sagradamente las versiones de Sabina, el grupo tiene un sello, sus integrantes se complementan casi a la perfección (pese a que estrenaron nuevo baterista), transmiten empatía con el público e incluso se atreven a elaborar arreglos propios en muchos temas. Incluso se reforzó mi idea inicial de que oír a Sabina con el apoyo de una banda resulta un deleite sin igual, pues su propuesta se aparta del molde de trovador convencional que normalmente conocemos, ese en solitario y con guitarra acústica.

Los temas clásicos no faltaron; tampoco los más desconocidos. Una mixtura ideal para los fieles devotos sabinistas que en Chile de a poco se multiplican y se hacen sentir. Es muy bueno que existan estos homenajes y también que se le dé tribuna a un tipo de canción que siempre navega a contracorriente; lo malo es que para disfrutarlos a concho hay que gozar de un suculento presupuesto, algo difícil de encontrar en el santiaguino promedio. Lamentablemente, creo que el acceso a esta clase de locales todavía es restringido para el grueso de la población que no maneja grandes volúmenes monetarios.

Esta vez me di un lujo y si bien “La casa en el aire” reúne condiciones técnicas y un ambiente adecuado para un espectáculo de calidad, vale la pena hacerlo sólo una vez a las quinientas. Para poder llegar a fin de mes, digo yo no más.

Ah, ¿que cuánto me salió la cuenta? Bien, gracias…

3 comentarios:

Jose Miguel dijo...

Como espectador considera la música y el ocio un negocio, la idea de ese o cualquier local no es vender revolución, la revolución no aparece entre el humo del cigarro y las ganas de evadir con alcohol, es lo contrario a la enajenación, es lucidez. Tal vez la arenga a los sueños sea mas efectiva de noche y con un trago, más esos sueños no son parte del negocio.

Po otra parte está la misión del músico comprometido, de los amplificadores de la palabra y los sueños convertidos en arte de verdad, como agente de cambio. Buscando satisfacer esa necesidad de aporte, muchos han terminado cabeceando la pared. Aunque no son pocos los que encontraron el camino.Por ahí hay que buscar.


"para quién canto yo entonces, si los humildes nunca me entienden, si los hermanos se cansan, de oir las palabras que oyeron siempre"
-Charly García-.

Milay dijo...

Tres cosas:

Primero: La música en vivo, es como ponerle leña a la noche, se nos enciede el alma, y hacemos una fiesta en nuestra lengua cantora. o saltarina? Y como si el tiempo pasara soplando, disfrutamos cada minuto, fotografiamos la escena, nos ponemos contentos y no faltan los que incluso escriben sobre eso. No? :)

Segundo: La cuenta... Uff, estoy de acuerdo con José Miguel. Nada más que acotar al respecto, sólo sacaría esa frase de Charly García.

Tercero: ... Un beso. Muac

Coke dijo...

Música en vivo es sinónimo de gozo interno. Que alegría ver como bailan las cuerdas de una guitarra""", No obstante, en nuestro bipolar Santiago, existen muy pocos lugares donde esto se puede hacer cotidianamente y más aún, donde se puede hacer sin desembolsar sus buenos billetes. Y si bien, el arte debe costearse, no es menos cierto que el arte también se debe regalar... A luchar por abrir más espacios para escuchar música libertaria y liberada.